Parashat haShavua: JAIE SARA – 5771

JAIE SARA – 5771
Rabino Joshua Kullock

Como todo extranjero que llega a un nuevo país, durante los primeros meses de nuestro arribo a México, nos dedicamos junto a Jessica, mi mujer, a aprender una nueva lengua. Yo sé que muchos dirán que estoy exagerando un poco, ya que tanto en Buenos Aires como en Guadalajara se habla español. Pero, ¿acaso es el mismo español? ¿O será que en realidad incluso compartiendo el diccionario hablamos lenguas un tanto diferentes?

Julio Cortázar definía al diccionario como un cementerio. Otros pensadores, subrayan que en tanto las palabras no son habladas por personas específicas en interacciones concretas, éstas no tienen sentido alguno. Siendo así, el sentido siempre surge como fruto de la interacción, que no es sino la acción entre varios. El sentido siempre es producto del contexto en el cual vivimos y nos desarrollamos. De aquí que durante los últimos cuatro años hemos estado intentando aprender un poco de mexicano, o si prefieren, de tapatío. Y la neta es que aprender una nueva lengua se me hace un ejercicio bien chido.

Ahora bien, una de las palabras que ha recibido un tratamiento intenso en estas geografías es la palabra “madre.” Aquí en México, una “madre” no solo denota a la mujer que nos trajo al mundo, o a la mujer que nos cría y nos educa brindándonos un amor incondicional e infinito, sino que también puede designar o valorar todo tipo de otras cosas. De esta forma, aunque a nosotros todavía nos cuesta creerlo, una madre en el mercado mexicano puede valer lo mismo que un cacahuate.

También nos dimos cuenta de que cuando todo está confuso y desordenado, cuando perdemos el control o cuando acontece un exceso desmesurado, aquí se habla de un terrible “desmadre.” Para quien no está acostumbrado a que la madre signifique tantas cosas, les confieso que puede resultar sumamente insólito. Es más, la tarea es aun más difícil al entender que las connotaciones que lleva la palabra madre aquí son por lo general bastante negativas. A diferencia de aquello que está padrísimo, las madres aparecen como cotizando en baja.

Aun así, las relaciones son más complejas, porque uno se encuentra con que para el mexicano no hay nada más importante ni sagrado que la madre. No obstante, y si así fuera, yo me sigo preguntando el por qué del uso coloquial de la palabra madre en contextos negativos.

Dicho misterio que todavía no consigo develar se hizo más agudo durante estos días, al leer la parashá de esta semana. Porque en nuestra parashá se nos relata la muerte de Sara, de nuestra primera madre. Éste no es un dato menor, ya que el texto bíblico también es fruto de una sociedad patriarcal, en donde las mujeres no aparecen registradas ni por nombre, ni por edad, ni por muerte. No sabemos cuántos años vivió Eva, por ejemplo. Tampoco sabemos cómo se llamaba la mujer de Lot que se volvió una estatua de sal. Pero con Sara la historia cambia: la Torá no sólo nos cuenta que murió y los años que ella tenía, sino que toda la parashá recibe el nombre de nuestra matriarca: Jaie Sara, la vida – sí, lo que se subraya es su vida y no su muerte – de Sara.

La figura de Sara en la Torá tiene tintes enigmáticos. No se la escucha hablar mucho, y aun así Ds le dice a Abraham que le haga caso a su voz. Sabemos que era una mujer hermosa, y que dos veces tuvo que decir que era hermana de Abraham para evitar que maten a su amado marido. Pero también sabemos que dos veces echó a Agar por celos. Esta mujer muere en nuestra parashá, y con ella comienza a cerrarse la primera generación de los fundadores de nuestro pueblo.

Su muerte trae vacío tanto a Abraham como a Itzjak. Para ellos, Sara valía más que un cacahuate. Su rol, a veces desde el silencio, a veces desde los celos, y a veces desde la risa, era fundamental para que la familia se sostuviera y siguiera adelante. Y siendo así, no es casual que el relato que sigue a la muerte de Sara sea la búsqueda que realiza Abraham para conseguirle esposa a Itzjak. Al haber concluido el ciclo de Sara, es fundamental que comience el ciclo de Rivka. Es por eso que también, en nuestra parashá, la segunda de nuestras madres hace su aparición, aunque con ella comienza ya otra historia.

En resumidas cuentas, al leer estos textos vuelvo a pensar sobre cómo los lenguajes crean mundos y delimitan realidades. Aquello que nosotros decimos le da forma a nuestra existencia, a nuestra manera de ver el mundo y de percibir lo que nos rodea. La Torá nos dice: Motza Sefateja Tishmor veAsita…, “aquello que saques de tu boca, deberás cumplir y deberás hacer” (Dt. 23:24). Según nuestra tradición, nosotros somos y hacemos en relación a lo que decimos. Cuando no hacemos lo que decimos, nos alienamos. Cuando decimos cosas que no queremos ser o hacer, o sostenemos en el uso de la palabra sentidos que no queremos ni aceptamos – y en este caso aquellas frases en donde madre suena decididamente mal – es nuestra responsabilidad cambiar nuestra forma de hablar. Porque junto a esos cambios viene un cambio en nuestras relaciones interpersonales.

Aprender un lenguaje es un ejercicio bien chido. Y animarnos a modificarlo de acuerdo a los valores que verdaderamente queremos sostener y reproducir se me hace un desafío digno de ser llevado adelante.


Shabat Shalom uMeboraj!

Parashat haShavua: CHAYEI SARAH – 5771


Rabbi Joshua Kullock

As every foreigner arriving in a new country, my wife Jessica and I devoted ourselves to learning a new language when we first arrived in Mexico. I know some of you will say I am exaggerating, since both in Buenos Aires and in Guadalajara Spanish is spoken. But is it the same Spanish? Or do we actually speak different languages, even though we share the same dictionary?

Julio Cortazar defined dictionaries as cemeteries. Other scholars emphasize that, while there are words not spoken by specific people in concrete interactions, they make no sense whatsoever. Thus, meaning arises from interaction, which is nothing more than action among many. Meaning is always produced by the context in which we live and develop. Hence we spent our last four years trying to learn a little Mexican, or if you prefer, tapatio. And la neta (the truth) is that learning a new language has been a chido (fantastic) exercise.

Now then, one of the words intensely used around these geographies is the word madre (mother). Here in Mexico, madre not only denotes the woman who gives birth, or the woman who brings up and educates with unconditional and infinite love, but it can designate or value all kinds of other things as well. Thus, although it is still difficult for us to believe it, a madre in the Mexican market can be worth the same as a peanut.

We also realized that when everything is confused and disorganized, when we lose control or when something excessive happens, people here refer to a terrible desmadre, or chaos. To those of us not accustomed to the countless meanings of the term, it can become quite peculiar. Moreover, the task is even more difficult when you understand that the connotations of the word madre here are generally, somehow, negative. Unlike that which is padrísimo (superlative of father), the madres usually appear to be quoted at low value.
But relations are even more complex, because for Mexicans, there is nothing more important or sacred than mothers. Nevertheless, if this is so, I keep wondering about the common use of the word madre in negative contexts.
This mystery, which still haunts me, intensified these days with the reading of this week’s parashah, because our parashah tells us of the death of Sarah, our first mother. This is not a minor fact, since the biblical text is also a product of a patriarchal society, where women don’t appear recorded by name, age or death. For instance, we don’t know how many years Eve lived. Nor do we know the name of Lot’s wife, who turned into a salt statue. But with Sarah, the story changes: the Torah not only tells us that she died and her age, but gives the entire parashah the name of our matriarch: Chayei Sarah, the life of Sarah – yes, what is underlined is her life and not her death.

Sarah’s character has enigmatic overtones in the Torah. She doesn’t speak much, and even so, God tells Abraham to mind her voice. We know she was a beautiful woman, and that twice she had to say she was Abraham’s sister in order to avoid his being killed. But we know as well that twice she threw out Agar due to jealousy. This woman dies in our parashah, and with her death, the first generation of the founders of our people begins to close.

Her death leaves a void both in Abraham and in Isaac. To them, Sarah was worth more than a peanut. Her role, whether due to her silence, jealousy or laughter, was essential to holding up and moving the family forward. And being so, it is not by chance that the story following Sarah’s death is the search undertaken by Abraham to find a wife for Isaac. Once Sarah’s cycle has finished, it is essential that Rebecca’s cycle begin. That is why, in our parashah, the second of our mothers makes her appearance, although with her, another story begins.

In short, reading these texts I again think about the way languages create worlds and define realities. That which we say shapes our existence, our perspective of the world and of the things around us. It is written in the Torah: Motza Sephatecha Tishmor ve’Asita…, “That which is gone out of thy lips thou shalt observe and do” (Deut. 23:24). According to our tradition, we are and do in the context of what we say. When we don’t do what we say, we alienate ourselves. When we say things we don’t want to be or do, or support word meanings we do not want or accept – and in this case, sentences where madre sounds decidedly wrong – it is our responsibility to change our way of speaking. Because a change in our interpersonal relations comes along with those changes.

Learning a language is a chido exercise. And daring to modify it in accordance to the values we actually want to support and reproduce constitutes a challenge worth undertaking.


Shabbat Shalom uMeborach!

Parashat haShavua: VAYERA 5771

Rabbi Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue – Aruba

Recuerdo que cuando oí de niño por primera vez la historia de la destrucción de Sodoma me sentí enormemente impresionado ante la magnitud de la catástrofe que se abatió sobre esa ciudad.

Ya había conocido antes la historia del diluvio y la destrucción no solo de toda la humanidad, salvo Noé y su familia inmediata sino también de todos los animales. Pero al menos la historia del diluvio terminaba con la promesa de Dios de no volver a hacer desaparecer la humanidad otra vez y allí estaba el arco iris para recordarle esta decisión.

En cambio Sodoma pereció por su maldad, yo era aun demasiado pequeño para entender las connotaciones sexuales del asunto, y no hubo ninguna promesa posterior. Pensaba yo, de hecho lo sigo pensando, que la maldad o la corrupción de una ciudad, o de una sociedad, crea dentro de si misma los gérmenes de su propia destrucción.

Pero no hablemos hoy de la destrucción de Sodoma sino de su sobreviviente, el enigmático Lot, de quien tan poco sabemos. La Tora nos cuenta que fue el sobrino de Abraham y en alguna medida su hijo adoptivo y que lo acompañó desde su salida de una confortable situación en su tierra hacia el ignoto destino de Canaán-Israel.

Leyendo en la Parashá de hoy la discusión y regateo que sostiene Abraham con el Señor sobre la destrucción de Sodoma (si hubiese allí 50 justos, o cuarenta y cinco, o cuarenta hasta llegar al número mágico de diez como mínimo para no destruir la ciudad) uno se siente tentado a pensar que el único justo encontrado fue Lot, y por eso fue el único sobreviviente. Sin embargo esta no parece una respuesta tan absoluta.

En primer lugar, cuando Abraham salió de Harán, la Tora nos cuenta que Lot salió con él (Vayelej itó Lot). (Gen 12:4).

Más tarde, cuando Abraham es forzado a abandonar Canaán y dirigirse a Egipto huyendo de la hambruna, Lot sigue junto a él como así también cuando Abraham regresa de Egipto. Sin embargo Lot ha sufrido una transformación y la Tora sutilmente nos lo indica: “Abraham subió de Egipto…él y su mujer con todo lo que tenia y Lot estaba con él. ( V’Lot imó). (Gen 13:1)

Ambas palabras (itó, imó) significan “con” y en la traducción ni siquiera se nota la diferencia. Pero en el hebreo original “itó” tiene su raíz en “et” que precede a un sujeto con el propósito de enfatizar el sujeto.
En tanto que “imó” implica un status de igualdad.

Lot salió de Harán con Abraham (itó): Abraham era el maestro, el líder y el guía. Pero después de la experiencia de Egipto, cuando ya Lot era enormemente rico, quizás tanto como Abraham, volvió “imó”, sintiéndose no ya subordinado y perdiendo su perspectiva.

Esto explica que a la primera oportunidad decide distanciarse, ya no quiere ver a Abraham como su maestro, siente que es él quien tiene que servir de maestro o guía a otros. Y toma la desastrosa decisión de radicarse en Sodoma (no creo que ignorara la mala fama que brotaba de ese lugar) dando prelación a su actividad económica por encima de las calidades morales de la sociedad con la que iba a convivir.

Incluso en la descripción de su encuentro con los mensajeros de Dios que llegan a Sodoma lo hallan sentado a la puerta de Sodoma, disfrutando de su prestancia en la ciudad y si bien aparece como figura hospitalaria, tal como había aprendido de Abraham, el texto sugiere una invitación muy condicionada: “por la mañana os levantaréis y seguiréis vuestro camino” (Gen 19:2).

En últimas Lot se salva pero su esposa quedará convertida en estatua de sal, sus hijas cometerán incesto como medida desesperada pensando que eran las últimas criaturas sobre la tierra y de Lot no volveremos a saber más.

Salvado quizás menos por su condición de justo que por su parentesco con Abraham (una especie de “protektzia” bíblica) Lot nos da una muestra patética de a dónde pueden conducir las decisiones equivocadas y a poner el bienestar económico por encima de toda otra consideración.


Shabat Shalom.

Parashat haShavua: VAYERA 5771

Rabbi Mario Gurevich
Beth Israel Synagogue – Aruba

I was just a child when I heard the story of the destruction of Sodom for the first time, and I remember being pretty shocked at the magnitude of the catastrophe that had hit that city.

I already knew the story of the flood and destruction of humanity, with the exception of Noah, his immediate family and all animals. But at least, the story of the flood ended with God’s promise to never again vanish humankind, and there was the rainbow to remind Him of His decision.

Sodom, however, perished due to its evil ways; I was still too young to understand the sexual connotations of the matter, and there was no further promise whatsoever. I thought, and in fact I still think, that the wickedness of a city, of a society, creates within itself the germs for its own destruction.

But let us not talk today about the destruction of Sodom but rather about its survivor, the enigmatic Lot, of whom we know so little. The Torah tells us that he was Abraham’s nephew and, in some way, his adoptive son, and that he accompanied him since his departure from a comfortable situation in his native land up to his unknown destiny in Canaan-Israel.

Reading in today’s parashah the discussion and haggling between Abraham and the Lord concerning Sodom’s destruction (if there were 50 righteous men, or forty-five, or forty, until they got to the magical number of ten as the minimum to not destroy the city), one feels tempted to think that the only righteous man found there was Lot, and thus, he became the only survivor. Nevertheless, this answer does not seem absolute.

First of all, when Abraham departed from Haran, Lot went with him, Vayelech ito Lot (Gen. 12:4).
Later on, when Abraham is forced to abandon Canaan and head toward Egypt fleeing from the famine, Lot is still with him, and so he is when Abraham returns from Egypt. Lot, however, has suffered a transformation, as the Torah subtly tells us: “And Abram went up out of Egypt, he, and his wife, and all that he had, and Lot with him, into the South”, veLot imo (Gen. 13:1).

Both words, ito and imo, mean “with”, and in the translation, the difference doesn’t stand out. But in the original Hebrew, ito has its root on et, which precedes a subject with the purpose of emphasizing that subject. While imo entails an equal status.

Lot left Haran with Abraham, ito: Abraham was the teacher, the leader and guide. But after the experience in Egypt, when Lot was already extremely wealthy, perhaps as much as Abraham, he returned imo, no longer as a subordinate and without carrying that perspective.

This implies that, at the first opportunity, he decides to move away; he doesn’t want to see Abraham as his teacher any longer, but rather feels he’s the one who should serve as teacher or guide to others. And he reaches the disastrous decision of settling at Sodom (I don’t believe he ignored the bad reputation emanating from that place), giving precedence to his economic activity above the moral qualities of the society in which he was to live.

Even in the description of his meeting with God’s messengers, who arrive at Sodom and find him seated at its gates, enjoying his social bearing in the city, and although he appears as a hospitable character, just as he had learned from Abraham, the text suggests a very conditioned invitation: “and ye shall rise up early, and go on your way” (Gen. 19:2).

Finally, Lot is saved but his wife will turn into a statue of salt, his daughters will commit incest as a desperate measure, believing they were the last creatures on earth, and nothing else will be known about Lot.

Saved perhaps more for his kinship with Abraham than for his righteousness (a sort of biblical “protektzia”), Lot offers us a pathetic example of where bad decisions can take us, should we place economic wellbeing above any other consideration.

Shabbat Shalom.

Parashat haShavua: LEJ-LEJÁ


Bereshit -  Génesis 12:1-17:27
16 de octubre, 2010 – 8 de Jeshvan 5771

Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore, Bogota

La semana pasada estuvimos estudiando acerca de Noaj, aquel hombre íntegro que Dios eligió por sus cualidades para salvar a la humanidad del diluvio universal. Esta semana dejamos atrás el diluvio y estudiamos acerca de otro famoso personaje que es particularmente importante para nosotros como judíos porque fue el primer hombre en creer en un solo Dios y en sentar las bases del monoteísmo sobre el cual se crearía posteriormente la tradición judía. Y me estoy refiriendo por supuesto a Abraham, de quién acostumbramos a decir que fue el primero de todos los judíos.

Abraham fue un hombre excepcional que se destacó por sus cualidades humanas y su capacidad de liderazgo. Y como todo hombre excepcional, nos cuentan nuestros sabios, Abraham se destacó también por ser también un niño muy especial. El Midrash nos cuenta toda una serie de historias acerca de su infancia que nos van mostrando cómo, ya desde pequeño, nuestro patriarca iba forjando lo que iba a ser su carácter y su personalidad.

La historia quizás más famosa de su niñez es la que nos cuenta sobre el día en que Teraj, su padre, dejó a Abraham a cargo de su negocio de ídolos y el hijo pequeño, con la intención de educar a su padre en el monoteísmo, destruyó todos las estatuas de la fábrica papá con la excusa de que en realidad el culpable había sido uno de los ídolos. De esta forma, a través de la razón, intentaba convencer a su familia y a todos los demás que en realidad no existía sino un único D-s y que solamente en Él debían creer.

Pero Abraham fue un hombre excepcional no solamente por haber sido el primer monoteísta. La Torá dedica muchos capítulos a hablar sobre sus grandes cualidades como líder y guerrero. Lideró batallas, conquistó territorios, estuvo dispuesto a hacer enormes sacrificios personales e incluso tenía tanto carácter que se atrevió a discutir y a desafiar en más de una oportunidad al mismo D-s. Todas estas cualidades -su enorme fe, su entrega hacia D-s, su valentía, su coraje y convicción- lo hicieron merecedor de convertirse en el primer patriarca del pueblo judío.

Mi amigo, el Rabino Gustavo Surazski, destacó en un comentario a nuestra Parashá, una cualidad particular de Abraham a partir de un detalle que figura en el primer versículo de Parashat Lej Lejá: Luego de ordenarle abandonar su tierra natal y su familia, D-s le promete convertirlo en bendición, transformarlo en una gran nación y, finalmente, agrega: "Bendeciré a quienes te bendigan y quienes te maldigan maldeciré".

Y llama poderosamente la atención que D-s suponga de antemano que Abraham terminaría recibiendo maldiciones. Entendemos por qué D-s lo premia con personas que lo bendigan, pero ¿Por qué pensar que iba a haber gente que no lo iba a querer y que lo maldecirían?

Y lo que el Rabino Surazski explicaba es que un hombre verdaderamente íntegro, con principios claros y convicciones sólidas, que sabe cuáles son sus verdades y que está dispuesto a luchas por ellas y a defenderlas bajo cualquier circunstancia, necesariamente va a encontrar a otras personas que no estarán de acuerdo con él e inevitablemente generará en ellas algún tipo de rechazo. Y lo mismo ocurría con Abraham: Si bien se destacaba por ser justo y conciliador, nuestro patriarca sabía muy bien que había cosas con las que no podía transar, y recorría el mundo así, discutiendo y pregonando el mensaje del único Dios y de la fe monoteísta.  Y si recordamos que Abraham vivía rodeado de una sociedad idólatra, entonces es más que obvio que Abraham sembraría polémica y seguramente cosecharía la bendición de sus seguidores, pero también la maldición de todos los demás.

Y esa es la diferencia que existe entre la verdadera integridad de una persona y la actitud poco honesta e hipócrita de dejar de decir lo que uno piensa o de renunciar a nuestros principios por miedo a crear diferencias o sembrar polémicas con los demás. Abraham era un hombre, en primer lugar, honesto y sincero en su trato con el prójimo: Decía lo que pensaba, criticaba cuando correspondía y lo hacía porque reconocía la importancia de ser honesto y sincero hacia los demás.  Abraham jamás callaba una verdad por tener miedo al rechazo o a ser juzgado por pensar diferente.

Como ven, nuestro primer líder en la historia, el primer judío y patriarca, se destacó no necesariamente porque todos lo hayan querido, sino por haber logrado cambiar a su generación, y eso solo lo pudo conseguir gracias a su entrega, sacrificio, y  saber defender sus ideales. Y es por eso que cuando D-s le dice Abraham "bendeciré a quienes te bendigan y a quienes te maldigan maldeciré" le está enseñando que la virtud no se puede ganar ni con hipocresía ni con falsedad, sino con la única verdad de saber defender sus ideales, aun cuando en vez de sonrisas y de caras bonitas, Abraham se encuentre con insultos o con la maldición de sus contemporáneos.

Quien vive de la aceptación social o del reconocimiento que puede recibir de los demás, no tiene otro camino que poner en segundo lugar sus verdades y principios, y depender  de los halagos y las bendiciones que los otros le puedan dar. Pero quien busca la virtud o la integridad, sabe perfectamente que el único camino posible no está sino en la verdad y la honestidad, tal como lo hizo nuestro patriarca Abraham.

Quiera Dios entonces que podamos seguir su ejemplo.

Shabat Shalom

Parashat haShavua: NOAJ 5771

La Parashá de esta semana lleva el nombre de Noé y nos trae el conocido relato del diluvio.
Esta historia, una de las más famosas de toda la Biblia, es además la favorita de los niños. La imagen de toda clase de animales navegando en un enorme barco, bajo una torrencial lluvia es atrapante. Incluso después del aguacero, el arco iris brillando en el firmamento como testimonio del pacto entre Dios y los hombres brinda un cierre multicolor a lo que pareciera ser un final feliz. (Gn. 9:12-17)
Sin embargo, cuando acaba el cuento infantil, la Torá nos devuelve a la realidad decadente que reinaba en la tierra antes del diluvio. Apenas descendido del arca, Noé planta una viña y se emborracha. Estando ebrio, en un incidente poco claro, es humillado por su hijo Cam:
(21) Y bebió del vino, y se embriagó, y estaba desnudo en medio de su tienda. (22) Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera.(23) Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre. (24) Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, (25) y dijo: Maldito sea Canaán;Siervo de siervos será a sus hermanos. (Id. 21-25)
La pregunta central que surge de esta lectura, obliga identificar la ofensa de Cam a su padre que lo hace merecedor (en realidad a su hijo Canaán) de semejante maldición. ¿Tan denigrante era ver a su padre desnudo o acaso Cam hizo le hizo algo a Noé?
En una primera lectura, podemos afirmar que la propia Torá pareciera inclinarse por sostener que la falta de Cam fue ver a su padre desnudo y además no cubrirlo inmediatamente tal como si hicieron sus hermanos (Vs. 23). La puntillosidad y la presteza del proceder de Sem y Jafet para cubrir la desnudez de Noé demuestran lo delicado de la situación.
Sin embargo, la gravedad del castigo a Cam (mejor dicho a su hijo Canaán) nos da la sensación de que algo más debió haber ocurrido. En una lectura más detallada del texto encontramos algunos elementos que reafirman esta opinión. El propio Noé al despertar “supo lo que le había hecho su hijo”. ¿Qué fue lo que le hizo?
El Talmud (Sanhedrín 70a) trae dos respuestas a esta pregunta, en otra de las reiteradas discrepancias de Rav y Shmuel (Amoraitas Babilónicos de la primera generación, siglo III e.c.). La primera, sostiene que Cam violó a Noé. Esta lectura surge de entender la expresión “ver la desnudez” como un eufemismo que se refiere a una relación sexual tal como aparece en otros pasajes de la Torá (por ejemplo en todo Lev. 18)
La otra opinión talmúdica, afirma que el hijo castró al padre. Si bien no hay ninguna reminiscencia en el texto bíblico que permita inferir esta lectura (la explicación talmúdica sostiene que el castigo cayó sobre Canaán, el cuarto hijo de Cam, porque éste le impidió a Noé tener su cuarto hijo), es claro que diversos relatos de culturas cercanas incluían mitos de castración en donde los hijos evitaban que sus padres pudieran seguir procreando posiblemente porque no quería repartir su herencia.
En Los Mitos Hebreos (Robert Graves y Raphael Patai) se cita el mito hitita de la castración del dios supremo Anu a manos de su hijo Kumarbi así como el más conocido relato de Urano castrado por su hijo y líder de los titanes, Cronos que forma parte de la mitología griega.
Los investigadores sostienen que la historia original, ya sea de violación o castración fue “maquillada” despojándola de la grave falta, pero preservada dentro del texto para justificar el sometimiento de los cananitas.
Sea cual fuera la explicación de lo ocurrido, el relato nos deja un sabor amargo.
Si la idea del diluvio era recomenzar con la experiencia humana, este desagradable suceso pareciera convencernos de lo imposible de la tarea. Pareciera enmarcarse dentro de la afirmación que leemos en el capítulo anterior de la Torá (“Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud “ Gn. 8:21) y de la decadencia que plantea la conocida narración de la Torre de Babel que aparece más adelante en esta misma parashá (Gn. 11:1-9)
En resumidas cuentas, el segundo proyecto divino no ha prosperado. La humanidad suma otro fracaso en su corta historia. Sumidos en la oscuridad, sobre el final nuestra parashá nos regala un destello de esperanza. No todo está perdido. Se ha hecho realidad aquello que – como dice la bella canción en ladino – anunciaron las estrellas, “Que havía de nacer Avraham Avinu (nuestro patriarca). Avraham avinu, padre querido, padre bendicho, luz de Israel.
Shabat shalom
Gustavo

Parashat haShavua: NOACH 5771



This week’s parashah is named after Noah, and brings us the well-known story of the flood.  This story, one of the most famous of the entire Bible, is also a children’s favorite.  The image of all kinds of animals sailing in a large ship, under a torrential rain, is engaging.  Even after the downpour, the rainbow shining on the sky as evidence of the covenant between God and humankind offers a multicolored closure to what seems a happy ending (Gen. 9:12-17).
Nevertheless, when the childlike story ends, the Torah returns us to the decadent reality prevailing on earth before the flood.  No sooner had Noah descended from the ark, than he plants a vineyard and gets drunk.  Being in this drunken state, he is humiliated by his son Ham, in a somehow unclear incident:
And he drank of the wine, and was drunken; and he was uncovered within his tent.  And Ham, the father of Canaan, saw the nakedness of his father, and told his two brethren without.  And Shem and Japheth took a garment, and laid it upon both their shoulders, and went backward, and covered the nakedness of their father; and their faces were backward, and they saw not their father's nakedness.  And Noah awoke from his wine, and knew what his youngest son had done unto him.  And he said: Cursed be Canaan; a servant of servants shall he be unto his brethren.  (Gen. 9:21-15)
The main question arising from this reading forces us to identify Ham’s offense to his father, which makes him (actually, his son Canaan) worthy of such a curse.  Was seeing his father naked so degrading, or did Ham do something else to his father?
In a first reading, we could state that the Torah itself seems inclined to support that Ham’s sin was seeing his father naked, and also his not covering him immediately as did his brothers (vs. 23).  The punctiliousness and promptness of Shem and Japheth in covering Noah’s nakedness prove the sensitiveness of the situation.
However, the seriousness of Ham’s punishment (or rather of his son Canaan) gives us a feeling that something more must have happened.  Reading the text more carefully, we find certain elements that reaffirm this opinion.  Noah himself, when awake, “knew what his youngest son had done unto him”.  What was it that he did?
The Talmud (Sanhedrin 70a) offers two answers to this question, in still another of the discrepancies of Rav and Shmuel (Babylonian Amoraim of the first generation, 3rd century CE).  The first one maintains that Ham raped Noah.  This reading arises from understanding the expression “saw the nakedness” as an euphemism referring to a sexual relation, as it appears in other Torah passages (for example, in the entire Lev. 18).
The other Talmudic opinion holds that the son castrated his father.  Although there is no reminiscence on the biblical text that may infer such reading (the Talmudic explanation sustains that the punishment fell on Canaan, Ham’s fourth son, because he prevented Noah from having his fourth son), it is clear that several stories concerning close cultures included myths of castration where sons prevented their fathers from continuing to procreate, possibly because they did not want to share their inheritance.
The Hittite myth of the castration of the supreme god Anu on the hands of his son Kumarbi is quoted in the “Hebrew Myths” (Robert Graves and Raphael Patai), as well as the more famous story of Uranus, castrated by his son Cronus, leader of the titans, which forms part of Greek mythology.
Researchers believe that the original story, whether of rape or castration, was sugar-coated, stripping it of the serious misdemeanor but preserving it within the text so as to justify the subjugation of the Canaanites.
Whatever the explanation may be, the story leaves us with a bitter taste.
If the idea of the flood was to recommence the human experience, this unpleasant event is likely to convince us of the impossibility of the task ahead.  It seems to be framed within the statement we read in the previous chapter of the Torah (“I will not again curse the ground any more for man's sake; for the imagination of man's heart is evil from his youth”, Gen. 8:21), as well as in the decadence posed by the well-known account of the Tower of Babel, which appears further on in this same parashah (Gen. 11:1-9).
In short, the second divine project has not prospered.  Humanity adds one more failure to its short history.  Plunged in darkness, our parashah gives us a sparkle of hope almost at the end.  Not everything is lost.  What was announced by the stars, as the beautiful song in Ladino says, has become a reality:  “That Avraham Avinu (our patriarch) was due to be born.  Avraham avinu, beloved father, blessed father, light of Israel.”
Shabbat Shalom,
Gustavo