Parashat haShavua: LEJ-LEJÁ


Bereshit -  Génesis 12:1-17:27
16 de octubre, 2010 – 8 de Jeshvan 5771

Rabino Claudio Jodorkovsky
Asociación Israelita Montefiore, Bogota

La semana pasada estuvimos estudiando acerca de Noaj, aquel hombre íntegro que Dios eligió por sus cualidades para salvar a la humanidad del diluvio universal. Esta semana dejamos atrás el diluvio y estudiamos acerca de otro famoso personaje que es particularmente importante para nosotros como judíos porque fue el primer hombre en creer en un solo Dios y en sentar las bases del monoteísmo sobre el cual se crearía posteriormente la tradición judía. Y me estoy refiriendo por supuesto a Abraham, de quién acostumbramos a decir que fue el primero de todos los judíos.

Abraham fue un hombre excepcional que se destacó por sus cualidades humanas y su capacidad de liderazgo. Y como todo hombre excepcional, nos cuentan nuestros sabios, Abraham se destacó también por ser también un niño muy especial. El Midrash nos cuenta toda una serie de historias acerca de su infancia que nos van mostrando cómo, ya desde pequeño, nuestro patriarca iba forjando lo que iba a ser su carácter y su personalidad.

La historia quizás más famosa de su niñez es la que nos cuenta sobre el día en que Teraj, su padre, dejó a Abraham a cargo de su negocio de ídolos y el hijo pequeño, con la intención de educar a su padre en el monoteísmo, destruyó todos las estatuas de la fábrica papá con la excusa de que en realidad el culpable había sido uno de los ídolos. De esta forma, a través de la razón, intentaba convencer a su familia y a todos los demás que en realidad no existía sino un único D-s y que solamente en Él debían creer.

Pero Abraham fue un hombre excepcional no solamente por haber sido el primer monoteísta. La Torá dedica muchos capítulos a hablar sobre sus grandes cualidades como líder y guerrero. Lideró batallas, conquistó territorios, estuvo dispuesto a hacer enormes sacrificios personales e incluso tenía tanto carácter que se atrevió a discutir y a desafiar en más de una oportunidad al mismo D-s. Todas estas cualidades -su enorme fe, su entrega hacia D-s, su valentía, su coraje y convicción- lo hicieron merecedor de convertirse en el primer patriarca del pueblo judío.

Mi amigo, el Rabino Gustavo Surazski, destacó en un comentario a nuestra Parashá, una cualidad particular de Abraham a partir de un detalle que figura en el primer versículo de Parashat Lej Lejá: Luego de ordenarle abandonar su tierra natal y su familia, D-s le promete convertirlo en bendición, transformarlo en una gran nación y, finalmente, agrega: "Bendeciré a quienes te bendigan y quienes te maldigan maldeciré".

Y llama poderosamente la atención que D-s suponga de antemano que Abraham terminaría recibiendo maldiciones. Entendemos por qué D-s lo premia con personas que lo bendigan, pero ¿Por qué pensar que iba a haber gente que no lo iba a querer y que lo maldecirían?

Y lo que el Rabino Surazski explicaba es que un hombre verdaderamente íntegro, con principios claros y convicciones sólidas, que sabe cuáles son sus verdades y que está dispuesto a luchas por ellas y a defenderlas bajo cualquier circunstancia, necesariamente va a encontrar a otras personas que no estarán de acuerdo con él e inevitablemente generará en ellas algún tipo de rechazo. Y lo mismo ocurría con Abraham: Si bien se destacaba por ser justo y conciliador, nuestro patriarca sabía muy bien que había cosas con las que no podía transar, y recorría el mundo así, discutiendo y pregonando el mensaje del único Dios y de la fe monoteísta.  Y si recordamos que Abraham vivía rodeado de una sociedad idólatra, entonces es más que obvio que Abraham sembraría polémica y seguramente cosecharía la bendición de sus seguidores, pero también la maldición de todos los demás.

Y esa es la diferencia que existe entre la verdadera integridad de una persona y la actitud poco honesta e hipócrita de dejar de decir lo que uno piensa o de renunciar a nuestros principios por miedo a crear diferencias o sembrar polémicas con los demás. Abraham era un hombre, en primer lugar, honesto y sincero en su trato con el prójimo: Decía lo que pensaba, criticaba cuando correspondía y lo hacía porque reconocía la importancia de ser honesto y sincero hacia los demás.  Abraham jamás callaba una verdad por tener miedo al rechazo o a ser juzgado por pensar diferente.

Como ven, nuestro primer líder en la historia, el primer judío y patriarca, se destacó no necesariamente porque todos lo hayan querido, sino por haber logrado cambiar a su generación, y eso solo lo pudo conseguir gracias a su entrega, sacrificio, y  saber defender sus ideales. Y es por eso que cuando D-s le dice Abraham "bendeciré a quienes te bendigan y a quienes te maldigan maldeciré" le está enseñando que la virtud no se puede ganar ni con hipocresía ni con falsedad, sino con la única verdad de saber defender sus ideales, aun cuando en vez de sonrisas y de caras bonitas, Abraham se encuentre con insultos o con la maldición de sus contemporáneos.

Quien vive de la aceptación social o del reconocimiento que puede recibir de los demás, no tiene otro camino que poner en segundo lugar sus verdades y principios, y depender  de los halagos y las bendiciones que los otros le puedan dar. Pero quien busca la virtud o la integridad, sabe perfectamente que el único camino posible no está sino en la verdad y la honestidad, tal como lo hizo nuestro patriarca Abraham.

Quiera Dios entonces que podamos seguir su ejemplo.

Shabat Shalom

Parashat haShavua: NOAJ 5771

La Parashá de esta semana lleva el nombre de Noé y nos trae el conocido relato del diluvio.
Esta historia, una de las más famosas de toda la Biblia, es además la favorita de los niños. La imagen de toda clase de animales navegando en un enorme barco, bajo una torrencial lluvia es atrapante. Incluso después del aguacero, el arco iris brillando en el firmamento como testimonio del pacto entre Dios y los hombres brinda un cierre multicolor a lo que pareciera ser un final feliz. (Gn. 9:12-17)
Sin embargo, cuando acaba el cuento infantil, la Torá nos devuelve a la realidad decadente que reinaba en la tierra antes del diluvio. Apenas descendido del arca, Noé planta una viña y se emborracha. Estando ebrio, en un incidente poco claro, es humillado por su hijo Cam:
(21) Y bebió del vino, y se embriagó, y estaba desnudo en medio de su tienda. (22) Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera.(23) Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre. (24) Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, (25) y dijo: Maldito sea Canaán;Siervo de siervos será a sus hermanos. (Id. 21-25)
La pregunta central que surge de esta lectura, obliga identificar la ofensa de Cam a su padre que lo hace merecedor (en realidad a su hijo Canaán) de semejante maldición. ¿Tan denigrante era ver a su padre desnudo o acaso Cam hizo le hizo algo a Noé?
En una primera lectura, podemos afirmar que la propia Torá pareciera inclinarse por sostener que la falta de Cam fue ver a su padre desnudo y además no cubrirlo inmediatamente tal como si hicieron sus hermanos (Vs. 23). La puntillosidad y la presteza del proceder de Sem y Jafet para cubrir la desnudez de Noé demuestran lo delicado de la situación.
Sin embargo, la gravedad del castigo a Cam (mejor dicho a su hijo Canaán) nos da la sensación de que algo más debió haber ocurrido. En una lectura más detallada del texto encontramos algunos elementos que reafirman esta opinión. El propio Noé al despertar “supo lo que le había hecho su hijo”. ¿Qué fue lo que le hizo?
El Talmud (Sanhedrín 70a) trae dos respuestas a esta pregunta, en otra de las reiteradas discrepancias de Rav y Shmuel (Amoraitas Babilónicos de la primera generación, siglo III e.c.). La primera, sostiene que Cam violó a Noé. Esta lectura surge de entender la expresión “ver la desnudez” como un eufemismo que se refiere a una relación sexual tal como aparece en otros pasajes de la Torá (por ejemplo en todo Lev. 18)
La otra opinión talmúdica, afirma que el hijo castró al padre. Si bien no hay ninguna reminiscencia en el texto bíblico que permita inferir esta lectura (la explicación talmúdica sostiene que el castigo cayó sobre Canaán, el cuarto hijo de Cam, porque éste le impidió a Noé tener su cuarto hijo), es claro que diversos relatos de culturas cercanas incluían mitos de castración en donde los hijos evitaban que sus padres pudieran seguir procreando posiblemente porque no quería repartir su herencia.
En Los Mitos Hebreos (Robert Graves y Raphael Patai) se cita el mito hitita de la castración del dios supremo Anu a manos de su hijo Kumarbi así como el más conocido relato de Urano castrado por su hijo y líder de los titanes, Cronos que forma parte de la mitología griega.
Los investigadores sostienen que la historia original, ya sea de violación o castración fue “maquillada” despojándola de la grave falta, pero preservada dentro del texto para justificar el sometimiento de los cananitas.
Sea cual fuera la explicación de lo ocurrido, el relato nos deja un sabor amargo.
Si la idea del diluvio era recomenzar con la experiencia humana, este desagradable suceso pareciera convencernos de lo imposible de la tarea. Pareciera enmarcarse dentro de la afirmación que leemos en el capítulo anterior de la Torá (“Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud “ Gn. 8:21) y de la decadencia que plantea la conocida narración de la Torre de Babel que aparece más adelante en esta misma parashá (Gn. 11:1-9)
En resumidas cuentas, el segundo proyecto divino no ha prosperado. La humanidad suma otro fracaso en su corta historia. Sumidos en la oscuridad, sobre el final nuestra parashá nos regala un destello de esperanza. No todo está perdido. Se ha hecho realidad aquello que – como dice la bella canción en ladino – anunciaron las estrellas, “Que havía de nacer Avraham Avinu (nuestro patriarca). Avraham avinu, padre querido, padre bendicho, luz de Israel.
Shabat shalom
Gustavo